El cuerpo del Otro
Un estudio de caso

Norma Lazo

I. El caso

Álvaro Suárez Hamilton, alias Ash, ingresó al Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía al sur de la Ciudad de México el 31 de octubre del año en curso. Tiene 56 años e hipersensibilidad a la luz. Es referido por el médico de urgencias del Hospital Xoco, donde llegó por una herida profunda en la muñeca de la mano derecha. La herida comprometía la conservación de la mano por lo que se realizó una cirugía de emergencia para reposicionar las partes desprendidas de la mano. Tras las preguntas de rutina del urgenciólogo de guardia, “¿cómo se hirió, con qué se hirió, consumió alcohol o drogas?”, se procedió a hacerle los exámenes clínicos y toxicológicos, mismos que arrojaron que el hombre en cuestión estaba limpio de sustancias alucinógenas, que pudieran haber alterado su percepción o el uso de sus facultades mentales. En principio, el médico de guardia creyó que se había tratado de un intento de suicidio, pero fue descartado cuando el paciente indicó que no intentaba quitarse la vida, sino cortarse la mano. Refiere no haber tenido éxito porque al ser diestro, carece de la precisión necesaria para amputar la derecha. Tras los exámenes mencionados fue derivado a neurología donde fue atendido por la doctora Natalia Tussie, R3 de psiquiatra, y el doctor Arnoldo Castelló, R2 de neurología. Entre ambos realizaron una entrevista clínica. A continuación, una parte:

Doctora Tussie: ¿Sabe qué día es hoy?
Señor Suárez: 31 de octubre.
Doctora Tussie: ¿Sabe cuál es su nombre?
Señor Suárez: Álvaro Suárez Hamilton, pero ella y mis amigos me llaman Ash.
Doctora Tussie: ¿Ella? ¿Quién?
Señor Suárez: Silencio.
Doctora Tussie: ¿Sabe por qué lo trajeron aquí?
Señor Suárez: Sí, intenté amputarme la mano.
Doctor Castelló: ¿Por qué quiso hacerse daño?
Señor Suárez: No quise hacerme daño, sólo quería deshacerme de la mano.
Doctora Tussie: ¿Por qué querría deshacerse de su mano?
Señor Suárez: Porque no es mi mano.
Doctor Castelló: ¿Ha sufrido algún tipo de evento cerebrovascular?
Señor Suárez: No lo sé.
Doctora Tussie: Y si no es de usted, ¿de quién es la mano?
Señor Suárez: No lo sé.
Doctora Tussie: ¿Desde cuándo sabe que su mano no es suya?
Señor Suárez: Hace semanas. El cambio lo hicieron mientras yo dormía. Un día desperté, y mi mano ya no era la mía, tenía voluntad propia.
Doctora Tussie: ¿Es la primera vez que le sucede algo así?
Señor Suárez: Sí.

En el INNN se llevó a cabo el procedimiento estándar para este tipo de afecciones. Se realizó una Resonancia Magnética Estructural para localizar lesiones anatómicas en el paciente. En los resultados no se encontró ninguna lesión en el córtex frontal izquierdo, ni ninguna otra lesión que pudiera afectar al cuerpo calloso. Es decir, en los exámenes no se hallaron lesiones resultado de infarto en la arteria cerebral anterior izquierda, lesión típicamente relacionada con el Síndrome de Mano Ajena Frontal. Debido a lo anterior, el paciente fue derivado a tratamiento psiquiátrico; es así que fue internado, por decisión de su familia, en la Unidad Psiquiátrica del Hospital Español bajo mi cuidado, ya que me especializo en el Síndrome de la Mano Extraña y en el Desorden de identidad de la integridad corporal (AHS y BIID por sus siglas en inglés).

II. Hipótesis

Primero me presento. Soy la doctora Stevenson con una amplia trayectoria en estudios sobre disforias del cuerpo y desórdenes de identidad corporal. Inicié mi especialidad rastreando casos con estas características antes de que hayan sido formalmente incluidos en estudios médicos. Mi interés surgió cuando yo presenté el Síndrome del Escribano, el cual consiste en espasmos involuntarios en la mano que escribe, que me impedían justo eso, escribir; razón por la cual ya sólo lo hago en ordenador. Esta afección, por nimia que parezca, me interesó por la desconexión mente-cuerpo cerebro-mano que esto implica. Ahora, como mujer de ciencia, estoy consciente de mi materialidad y me considero monista. El cuerpo es materialidad. Soy materialidad, asunto al que no logro acostumbrarme en el lenguaje cotidiano: soy cuerpo, soy este cuerpo, me digo. Como civil, aun más como galeno, me acostumbré a hablar de mí como si fuera un objeto de mi pertenencia más allá de mi actividad intelectual. Si lo pensamos detenidamente, al hablar de mi cuerpo uso el adjetivo posesivo “mi” lo que hace del cuerpo un objeto de mi propiedad. Si se trata de mis pacientes, el cuerpo de otros, ellos también se refieren a su cuerpo como un objeto de su posesión. No dicen, “doctor, me ataqué a mí mismo con la mano”; dicen, “doctor, mi mano me atacó”. Puede resultar una minucia semántica, pero en el pabellón de psiquiatría no son poca cosa esas pequeñas diferencias.

Hay una enorme distinción entre ser cuerpo y hacer cuerpo. Entre cerrado y abierto (con velo, claro, en el caso humano). Porque es en este “hacer” donde la materialidad se escinde y quizá nos diferencia. Debo asumir, y cuanto antes mejor, que soy cuerpo, un cuerpo, exterioridad material lanzada al ahí afuera, pero un tipo distinto de materialidad de digamos una piedra[1]; porque “nosotros somos un cuerpo” algo más que una masa impenetrable y cerrada en sí misma. Somos exterioridad abierta.[2]

Pero me estoy desviando. Lo que me hizo involucrarme en el caso clínico del paciente Ash, es que hace mucho decidí indagar sobre este tipo de síntomas en los que algún miembro del cuerpo se conduce no como yo cuerpo, sino como: él-cuerpo ella-cuerpo. ¿Hay otras formas de hacer cuerpo?

Cuerpo–yo. Cuerpo-otro.

Como neuropsiquiatra me interesa de sobremanera los estudios médicos, pero como psicoanalista, no; porque pienso que los estudios de caso de AHS y BIID ya están demasiado vistos y manoseados. Todo ya ha sido tipificado, organizado, edulcorado, sintetizado, para permitirnos lidiar con esos fenómenos corporales que nos afectan e inquietan en demasía. A mí me interesan más los testimonios de primera mano de quienes padecen o han padecido dichos desórdenes. Testimonios que todavía no están contaminados con la interpretación médica o terapéutica. Y para poder tener acceso a esos testimonios, deberé echar mano de textos no médicos; a saber, el corpus literario nutrido de la angustia provocada por lo unheimlich.

III. Antecedentes

Quiero partir, a manera de introducción, de un caso mayor de confusión corporal. No se engloba en los desórdenes de la mano extraña ni de la identidad corporal, mi especialización, pero es una muestra clarificadora de la angustia provocada por la escisión corporal. Hablo de un caso de metempsicosis sucedido en París a principios de la década de los sesenta.

Paciente, el señor Trelkovsky, hombre caucásico de 43 años, soltero, de origen polaco, empleado de oficina, sobreviviente del campo de concentración de Treblinka, que murió convencido de los intentos de transmigración del alma de una mujer, Simone Choule, anterior inquilina del departamento que él rentaba, a su cuerpo.[3] Me fueron proporcionadas copias del expediente médico y policial por mi colega francés, el doctor Lagache, interesado también en los d-esórdenes de la integridad corporal. La siguiente cita escrita a máquina fue hallada en el departamento del paciente.

¿A partir de qué momento el individuo deja de ser aquello que se entiende como tal? Entonces digo: yo y mi brazo. Me arrancan los dos, y digo: yo y mis dos brazos. Si me amputan las piernas, digo: yo y mis miembros. Y si me despojan del estómago, el hígado y los riñones, suponiendo que eso fuera posible, digo: yo y mis vísceras. Pero si me cortan la cabeza: ¿qué podría decir? ¿Yo y mi cuerpo, o yo y mi cabeza?[4]

La angustia causada por la pérdida de “su” cuerpo, como dijo Trelvkosky, o la desintegración del yo enunciante, como anotó el médico que lo atendió en aquella época, fue la causa de su suicidio; así quedó asentado en el expediente jurídico. No se tomaron en cuenta las cinco denuncias que el paciente hizo en la policía, en las cuales aseguraba que sus vecinos confabularon para que él tomara el lugar de Simone Choule. Cabe decir que la inquietud de Trelkovsky es una que atraviesa el pensamiento occidental desde que se tiene conocimiento, y es el problema cuerpo-mente. Descartes consideraba a la mente como, digamos, el piloto del cerebro, manejado por la glándula pineal.[5] ¿Soy porque pienso?

Divididos entre monistas y dualistas —materialistas e idealistas—el cuerpo surge como problema en sí, el en sí. “Hermano mío, detrás de tus ideas y sentimientos se oculta un poderoso señor, un sabio desconocido. Se llama Sí-Mismo. Reside en tu cuerpo. Es tu cuerpo. Más razón hay en tu cuerpo que en tus pensamientos más sabios.[6]“, advierte el Zaratustra de Nietzsche en “De los despreciadores del cuerpo”. En ese mismo apartado, el filósofo, en voz del sabio, afirma, “Todo mi yo es cuerpo, y el alma no es sino el nombre de algo propio del cuerpo”. Es así que queda señalado el cuerpo como multiplicidad dotada de un sentido propio. Entonces, por qué es inevitable sentir en nuestro imaginario la separación de lo material, carne–mente o carne–espíritu, cuando no existe la res extensa pensada por Descartes, dado que el mundo es integración de multiplicidades, siendo la materia sólo parte de esas multiplicidades.[7]

Justo de lo anterior —de la sensación o creencia de estar escindidos en espíritu y materia— es de donde derivan, al menos esa es nuestra propuesta, las disforias del cuerpo y/o desórdenes de identidad corporal. Yo, por ejemplo, vivencio mi cuerpo como una frontera; una demarcación que me separa del mundo, donde el mundo es el afuera, y mi mente, el interior; no obstante, al mismo tiempo, es mi cuerpo la serie de canales por medio de los cuales lo experimento: mi estar abierto. Lo que veo, lo que oigo, lo que siento, lo que gusto, lo que huelo, lo que pienso. Es mi cuerpo el punto referencial de todo aquello que se extiende bajo mis pies, mi punto de partida para ubicar norte, sur, este, oeste. Mi cuerpo fue, en su origen, algo donde el que enuncia no era: un cigoto con 46 cromosomas surgido de la fecundación del óvulo de mi madre y del espermatozoide de mi padre. Y cuando muera mi cuerpo sólo será un montón de desperdicio agusanado o un puñado de cenizas donde este yo que enuncia tampoco estará. De esta forma, pareciera que mi cuerpo es otro en tanto que, en su momento de creación, la que enuncia, no estaba. Mi cuerpo es otro en tanto que, en el momento de su desintegración, allí ya tampoco seré.[8] ¿O sí?

El cuerpo tiene origen y fin sin la conciencia de estar siendo, sin la conciencia de nuestro amalgamar continuo; proceso que yo llamo encarnación. Porque así imagino el modo en el cual cuerpo, mente, espíritu, duración, espacio, palabra, emoción, cicatriz, cuerpo nudo, cuerpo imaginado, cuerpo simbolizado, se enredan, se enhebran y desenhebran en un proceso ininterrumpido en el que nuevas huellas, nueva piel, nuevo pelo, nuevas heridas, nuevas cicatrices, nuevas suturas van formando parte de mí. Y todo en una sincronía iluminadora. Que el cuerpo empieza a ser antes de que el yo enunciante se haga presente —si lo hace—, no significa que el yo enunciante siempre sea el mismo, pues el yo enunciante también sufre cambios en el proceso de encarnación. Y si el yo enunciante cambia, entonces tampoco es siempre el mismo y lo que sigue de lo anterior; la posibilidad de un quiebre, algún tipo de desfase durante el proceso que provoca la llamada transmigración.

Hasta ahí, nuestra investigación lleva un camino esclarecedor, pero, qué pasa cuando la transmigración es sólo a una parte del cuerpo. ¿Puede ocurrir algo así? Sí, estoy convencida de ello, y de allí nuestra hipótesis respecto del Síndrome de la mano extraña. Veamos algunos casos registrados sobre ello. Utilizaremos el nombre real de los pacientes por tratarse de casos del dominio público.

Caso 1. Charlie George

El primer caso que tomaré como estudio del Síndrome de la mano extraña tuvo lugar en Londres. Es un caso peculiar y distinto en dos sentidos; primero, porque el síndrome se presentó en ambas manos, derecha e izquierda, lo que a mi juicio lo hace único, pues para que ocurra debería hallarse daño en el córtex frontal izquierdo y en el derecho; y, en segundo lugar, porque las manos, a diferencia de otros casos, parecían haber tomado conciencia de sí mismas, sin alguna especie de transmigración que diera noticias de que pertenecían al cuerpo de otra persona. Eran, a decir del paciente, autónomas.

La sensación de George respecto a sus manos remite directamente a lo ominoso. A la relación entre heimlich (familiar) y unheimlich que vendría siendo lo no-familiar, en tanto raíces de las palabras. Estamos de acuerdo en que el significado heimlich evoluciona hacia una ambivalencia. ¿Cómo puede volverse ominoso aquello que no es familiar? ¿Qué es eso familiar que se hace siniestro? A decir de Jentsch, citado por Freud, es aquello inanimado que podría tomar vida, lo que sin vida se torna inanimado; muñecas, figuras de cera, autómatas, inclusive, síntomas como la epilepsia, ya que muestra un tipo de movimiento mecánico, sin anuencia de la conciencia. El escritor Jorge Luis Borges encuentra dos palabras, casi intraducibles del inglés, relacionadas con unheimlich, y que dan esa atmósfera tan inquietante a las narraciones de origen británico.

A principios del siglo XIX o a fines del XVIII, entran en la circulación del inglés diversos epítetos (eerie, uncanny, weird), de origen sajón o escocés, que servirán para definir aquellos lugares o cosas que vagamente inspiran horror. Tales epítetos corresponden a un concepto romántico del paisaje. En alemán, los traduce con perfección la palabra unheimlich; en español, quizá la mejor palabra es: siniestro.[9] 

Me gustaría pensar la idea que puede desprenderse de la sentencia anterior: los movimientos mecánicos en la epilepsia apuntan a lo maquinal del cuerpo humano. Nuestro cuerpo es el del corazón de Harvey que bombea la sangre a través de circuitos y cables; que se mueve gracias a sus bisagras bien engrasadas de aceites articulares; con globos insufladores de aire que se inflan y desinflan en movimientos imperceptibles; con redes cernidoras de residuos, válvulas de presión; etc. Sí, una máquina. Nuestro propio cuerpo se vuelve ominoso. Somos autómatas. Freud hace hincapié sobre cómo un objeto familiar —una muñeca, la autómata de E.T.A. Hoffman, o la mano—, inanimado se vuelve ominoso ante la posibilidad de verlo animado por fuerzas incognoscibles. Borges lo describe con mayor acierto en el texto mencionado al decir, “El más ilustres de los avernos literarios, el doloroso reino de la Comedia, no es un lugar atroz; es un lugar en el que ocurren hechos atroces.”[10] Lo ominoso no son las manos de George sino lo que ocurren en éstas. Charlie George es un eco del cuento “La mano cortada” de Hauff. 

Miembros arrancados, una cabeza cortada, una mano desprendida del brazo como en el cuento de hadas de Hauff, pies que danzan solos como el libro mencionado de A. Schaffer, contienen algo sumamente Unheimliches, en particular cuando se les atribuye, como en el último ejemplo, una actividad autónoma.[11]

Pero el cuerpo es también un doble. Nuestro doble. Si nos vemos reflejados en el espejo aparece lo unheimlich en la imagen especular. Una emoción desconcertante en la que, al observarnos por “afuera”, nos percibimos cual objeto, uno idéntico a nosotros que podría mostrar, inesperadamente, un movimiento que no venga de mi voluntad. Imaginen por un momento que se están mirando en el espejo, y que sin que ustedes hagan nada, su propia imagen les sonríe. Esa es una escena recurrente en el horror cinematográfico, nada más ominoso que nuestro doble.

A propósito de lo anterior, existe la creencia de que, si nos topamos con nuestro doble o si alguien más lo ve, se trata del aviso de nuestra muerte. Así le sucedió al poeta romántico Percey Shelley quien, según cuenta la leyenda, mientras viajaba por Italia se vio a sí mismo parado a la orilla de la costa y señalando el mar. Poco después, Shelley moriría ahogado al ser sorprendido por una tormenta repentina mientras navegaba en su velero, Don Juan. Otra versión de esta misma historia es que fue una mujer de la limpieza quien lo vio pasar caminando por fuera de la ventana, por lo que pensó que había regresado de Italia. Se dio cuenta de que era imposible cuando recordó que el departamento no se encontraba en la planta baja. Pero dejemos de lado las leyendas y volvamos a lo que nos compete, a la ciencia.

Por los archivos clínicos del doctor Jeudwine —por cierto, fallecido en condiciones extrañas y hallado con ambas manos amputadas—, sabemos que el paciente aludió que su mano derecha fraguó una sedición de manos contra lo que llamó “el tirano”. ¿A quién se refería con el tirano? Revisemos algunas de las notas del médico del señor George.

A decir del paciente CG, nunca fue un gran amante, pero tampoco sentía que tuviera que disculparse por nada. Ellen parecía satisfecha con sus atenciones. Pero últimamente se sentía desconectado del acto. Observaba sus propias manos viajando por el cuerpo de Ellen, tocándola con toda la habilidad íntima que conocían, y él observaba sus maniobras como desde una gran distancia, incapaz de disfrutar de las sensaciones de calidez y humedad. Aunque sus dedos no se movían con menor agilidad por ello. Todo lo contrario. Helen se había aficionado a besarle los dedos, diciéndole al mismo tiempo lo inteligentes que eran.[12]

Las primeras nociones de angustia sufridas por el señor George empiezan con la sensación de desconexión entre las manos y el cerebro. Los receptores táctiles no están enviando la información de placer sexual a las neuronas del sistema nervioso central. No hay respuesta al estímulo por parte del paciente porque nunca llega al cerebro para ser procesado. Las manos tienen voluntad propia y reciben un placer que se niegan a compartir con el resto del cuerpo, en este caso, el cerebro, ya que por ningún otro órgano podría ser decodificado. Si nos atenemos a lo escrito por Schopenhauer, no hay una relación causal entre la volición y la acción del cuerpo, porque no se trata de dos estados diferentes que se encuentran enlazados entre sí; el acto de volición y la acción del cuerpo son lo mismo, aunque dados de manera distinta: de forma inmediata y en el entendimiento;[13] entonces, ¿en qué momento se separó en el caso George? ¿Por qué sólo las manos reciben el placer que debería recibir el paciente? ¿En qué momento ellas aprendieron a hacer bien lo que el señor George hacía tan mediocremente?

Es casi imperdonable la omisión que hace el doctor Jeudwine de la angustia de castración, cuando es sabida la relación directa entre la pérdida de ciertas partes del cuerpo, el pene, primordialmente —pero también las manos, o los ojos, como apunta Freud al relacionarlo con el mito de Edipo—; y es que, si la teoría está en lo cierto, eso angustioso es lo que hemos reprimido, porque lo unheimlich vivenciado más allá de la ficción permanecerá unheimlich. En el caso de los poetas sólo emerge lo superado de lo unheimlich.

En el supuesto accionar autónomo de las manos queda un cuerpo aún más dividido que en la escisión carne-mente de la que hablamos al inicio; de ahí que estemos proponiendo dos voluntades y dos representaciones en un mismo cuerpo unidas azarosamente por células, tejidos, sangre, hueso, músculos. Y si, siguiendo a Schopenhauer, es erróneo llamar representaciones al dolor y al placer porque son afecciones de la voluntad, es decir, su fenómeno,[14] sigue la pregunta, ¿a quién correspondió el dolor de las amputaciones de Charlie George? Porque el placer quedaba en la sensibilidad de las manos. ¿Y el dolor? ¿También correspondía a ellas o al paciente? Si lo único que separa el deseo de la acción, el querer del obrar, es la reflexión, ya que son lo mismo uno y otro, fue imposible la oposición de la voluntad al dolor. Debió de ser un dolor compartido.

Otra de las curiosidades del caso George es que más allá de tratarse de un caso ordinario de Desorden de integración corporal o Síndrome de la mano extraña, se trataba de un levantamiento mundial de manos en contra del resto del cuerpo, a decir del paciente. De tal modo que, el narcisismo común de las personalidades de complejo mesiánico, no parecían pertenecer al señor George, sino a las manos, a su mano derecha particularmente, la cual, a decir de él, era la instigadora de la liberación de todas las manos del yugo corporal. Quienes estén relacionados con el caso, ya saben que el delirio del señor George terminó con el asesinato de su esposa, la amputación de su mano izquierda y la amputación de cientos de manos de otros cuerpos en lo que pareció ser un delirio colectivo.

El conocimiento del mundo por parte del individuo es el del conjunto del mundo como representación, y quien recibe esas impresiones del mundo para ser transformadas en conocimiento es el cuerpo, punto de partida de la intuición del mundo. Mas, hay dos representaciones distintas del mundo en el señor George, las que intuye el cuerpo y las que intuyen, separadamente, las manos. El sujeto, como ejemplificamos, percibe su cuerpo como objeto, un objeto específico, sí, con todo, la forma de conocerlo es la misma que como con otros objetos; sobre esto, Schopenhauer arroja mayor luz.

Y, desde este punto de vista, las acciones y los movimientos de su cuerpo no les son conocidos de otra manera que los cambios de todos los demás objetos de la intuición, y permanecerían para él tan extraños y tan incomprensibles si su significación no le fuera revelada de otro modo muy diferente.[15]

A decir del señor George los síntomas de su delirio iniciaron con un dolor inexplicable en muñecas y manos. El dolor aparecía siempre al despertar. Su esposa ya le había comentado que, mientras dormía, no dejaba de mover las manos y que éstas, parecían comunicarse en un extraño lenguaje de señas. El señor George comunicó esto a su médico y, además, elucubró que justo cuando dormía profundamente, en la fase REM, fue que la mano derecha planeó, dirigió e inició la insurgencia. El contagio maniaco, quizá, y es sólo una idea arriesgada, empezó ahí, ya que más adelante, de puño y mano del doctor Jeudwine se halló escrito, palabras más, palabras menos, que los hechos paradójicos del comportamiento humano no parecían encajar en los comportamientos clásicos de su formación como médico y psiquiatra, y luego, más adelante, en subrayado con doble línea, escribió, “intentar ser racional sobre la mente humana es un contrasentido”. Un sobreviviente del delirio colectivo testificó lo siguiente:

Por encima de la cabeza, el árbol estaba plagado del otro tipo de fruto más anormal todavía. Daba la impresión de que había manos por todas partes, hablando como en un parlamento manual mientras debatían en sus tácticas. De todos los colores y formas, correteando arriba y debajo de las ramas que se balanceaban. Al verlas agrupadas de esa manera, las metáforas se desplomaron. Era lo que eran: manos humanas. Ese era el horror.[16]

Y es precisamente este testimonio lo que constituye el nexo directo con lo unhemliche. El verdadero horror es que se trataba de algo tan familiar como pueden ser nuestras manos. Las palabras del testigo iluminan la definición de Schelling de la que Freud echa mano para pensar lo unhemliche en la teoría psicoanalítica, «lo unhemliche sería todo lo que debía permanecer en secreto, en lo oculto y ha salido a la luz[17].» O sea, cuando surge lo no familiar en algo que sí lo es.

Caso 2. John Rowell

El caso George recuerda otro caso acontecido en Ajaccio, la capital de Córcega, famosa por ser donde nació el emperador Napoleón Bonaparte. A esa pequeña isla llegó a instalarse el señor Rowell de origen británico, acompañado de un criado francés contratado de paso por Marsella. Era el siglo XIX. Rowell fue, a decir de varios, un hombre grande de cuerpo atlético, con barba y cabello rojizo y de modales afables. Un hombre, a decir de todos, sereno y correcto. La gente oriunda de allí sentía cierta inquietud por la presencia del enigmático inglés, ya que era silencioso y no hablaba con nadie. Sospechaban de su comportamiento. Fue entonces que el señor Bermutier, juez de instrucción en ese lugar, por quien conocemos este caso extremo de Síndrome de la mano extraña, quien, aupado por la gente del lugar, se acercó a Rowell con el fin de investigar quién era y qué hacía en Córcega.

En poco tiempo, el señor Bermutier ya había visitado varias veces al señor Rowell. Le agradaba. Era un tipo educado y buen conversador. En una de sus tantas charlas hablaron de cacería, de los animales más terribles que debió enfrentar cuando practicaba la caza como deporte en África, América, India. A la sazón, Bermutier le dijo a su anfitrión que debió ser terrorífico enfrentar a los animales salvajes; a lo que Rowell respondió, que el animal más terrible era el hombre y, luego, confesó haber cazado a un hombre, y le mostró lo que, podría llamarse, el trofeo que lo comprobaba.

Pero en el centro del panel más grande, algo extraño llamó mi atención; sobre un cuadro de terciopelo rojo se destacaba una cosa negra. Me acerqué: era una mano, una mano humana. No era el esqueleto de una mano, blanco y limpio, sino una mano disecada, con las uñas amarillentas, los músculos sin piel y con huellas de sangre seca vieja y sucia. Parecía haber sido cortada de un golpe, como de hacha justo a la mitad del antebrazo. El puño estaba sujeto por una enorme cadena, soldada, oprimiendo el objeto y sujetándolo al muro con una fuerte argolla; todo ese aparato bien podía esclavizar a un elefante. [18] 

El señor Bermutier, como hombre instruido y objetivo, dijo a Rowell que no había necesidad de tener la mano encadenada, a lo que respondió que la cadena era necesaria porque ya había intentado escaparse varias veces. El juez de instrucción notó que en casa del inglés había armas cargadas y prestas a ser usadas; sin duda, temía ser agarrado desprevenido por alguien, pero no una mano. Un año después el señor Rowell fue hallado muerto en su casa. Así lo describe el señor Bermutier.

El inglés había muerto estrangulado. Su rostro aparecía violáceo y abotagado y su expresión era de espanto. Tenía algo entre sus dientes apretados, y el cuello en el cual se dibujaban cinco profundas heridas, que parecían haber sido hechas con cinco clavos de hierro, estaba cubierto de sangre. Cuando llegó el médico, examinó detenidamente las huellas de los dedos en la carne y pronunció estas extrañas palabras:
—Parecería que lo estranguló un esqueleto.
Un escalofrío recorrió mi espalda, miré hacia la pared, hacia el lugar donde había visto anteriormente la mano despellejada tan horrible. Ya no estaba en ese lugar; y la cadena, rota, colgaba. Me incliné sobre el muerto, y descubrí en su boca uno de los dedos de la mano desaparecida, cortado mejor dicho aserrado, por los dientes a la altura de la segunda falange.[19]

Sumamos a este caso, un par más, de los cuales no se tiene mucha información. Me refiero a la mano disecada de un célebre criminal del siglo XVIII, acusado de asesinar a su esposa y al sacerdote que los unió en matrimonio. Para resumir, la mano del criminal fue comprada como souvenir en Normandía, y quien la compró como un objeto chusco con el cual embromar a sus enemigos, terminó extrañamente estrangulado, mientras que la mano desapareció. El otro caso aconteció en el norte de México, y se trató de las manos de una niña llamada Refugio acogida en un convento. Se sabe de este extraño incidente, que las manos se separaban del cuerpo a voluntad y con vida propia, como dijo Sor Yasmín Santiago, única testigo. No voy a ahondar más en estos casos por la neblina sobrenatural que los rodea; ya que, al primero se le atribuye la intervención de magia negra, mientras que, en el segundo, se decía que eran las manos del diablo.

Tanto el caso George como el caso Rowell nos convocan a pensar en la unidad del cuerpo; en si existe el cuerpo como tal unidad: un conjunto de órganos ligado por el síntoma. Aunque también nos invita a pensar el cuerpo como algo fragmentado: miembros, huesos, órganos, separados e intercambiados de la unidad corporal —al menos algunos— sin que el cuerpo deje de ser ese todo. Pero, ¿qué es ese todo?

Por el recorrido sobre la noción de cuerpo realizado por Gómez Arévalo y Sastre Cifuentes,[20] sabemos que en el mundo griego y hebreo antiguo la palabra soma remitía al cuerpo inanimado, pero sin existir la contraposición con el alma. Tampoco existía la idea armónica de la unidad del cuerpo, sino simplemente la de órganos unidos y yuxtapuestos unos con otros; más se aspiraba a la robustez corporal por considerarse que esa era el cuerpo de los guerreros y los héroes. Son las escuelas estoicas y hedonistas, de la mano de Epicteto y Epicuro de Samos respectivamente, las que llaman la atención hacia el cuerpo como medio de placer y para acceder a la virtud. Es con Platón que surge la idea de que si algo sobrevive del hombre seguro no es el cuerpo. Aristóteles, en un principio, sigue la idea “dualista” propuesta por Platón, para luego decantarse por su hilemorfismo. Todo ser material está compuesto de materia y forma: cuerpo-alma. La Edad Media abreva de la filosofía aristotélica, así el cuerpo continúa escindido en cuerpo-espíritu, aunque con ciertos matices. Ya en la Modernidad es cuando se separa el cuerpo de la conciencia, la res cogitans de la res extensa. Podríamos revisar algunos puntos históricos más, falta el Renacimiento, el empirismo, el parteaguas que fue Nietzsche, el existencialismo, la posmodernidad; pero, por falta de tiempo, mas no de espacio, me detendré aquí.

¿En qué se relacionan el caso George con el caso Trelkovsky? Bueno, en ambos existe la sospecha de un tirano, de “alguien” que manda por encima del cuerpo. La teoría del tirano propone la idea antigua del cuerpo como órganos yuxtapuestos, sin unidad, estamos ante el cuerpo fragmentado, por fragmentos, unido por una voluntad que va más allá del cuerpo como representación, porque dicha representación es falsa. Es el cuerpo vórtice en el que convergen diverso número de voluntades y representaciones que pueden ser unidas y desunidas a su antojo.

IV. Alcances y limitaciones de la investigación

Existe un experimento filosófico conocido como el del cerebro dentro de una cubeta, el cual pretende hacernos pensar sobre cómo se produce la realidad y el conocimiento. A grandes rasgos, nos propone imaginar que si fuéramos un cerebro en una cubeta podríamos conocer el mundo de la misma manera que lo hacemos hoy, y ser engañados. Este experimento mental es una renovada versión del genio maligno cartesiano. Piensen en la película The Matrix[21] —la uso sólo como ejemplo, ya que eso es cine y mi trabajo es algo serio y científico— los personajes viven en una especie de líquido amniótico, inconscientes y conectados a una realidad virtual que creen es la realidad: su vida verdadera. ¿Vivimos una realidad simulada como Neo, Trinity, Tank, Morfeo?

A todo esto, seguimos sin nombrar al tirano, es más que obvio, el tirano se oculta dentro de la cabeza, es el cerebro. Y la respuesta a la pregunta del señor Trelkovsky, ¿con qué derecho mi cabeza se arroga el título de yo? Pues con todo el derecho. A lo largo de la historia se ha intentado hacer trasplante de cabezas. Sé que son experimentos cuestionables, maquiavélicos, sin una gota de empatía por el sufrimiento de las bestias, y aunque estoy en contra de ellos, no puedo más que aceptar la luz que arrojan. Mencionemos los más relevantes.

Astley Cooper, prominente cirujano y anatomista del siglo XVIII, quien realizó contribuciones históricas a la medicina, utilizó conejos para demostrar que la compresión de las arterias carótida y vertebral conduce a la muerte de un animal; y que tales muertes pueden prevenirse si la circulación de la sangre al cerebro se restablece inmediatamente.

Corneille Heymans —fisiólogo belga, ganador del Premio Nobel 1938 de Fisiología por mostrar cómo la presión sanguínea y el contenido de oxígeno de la sangre son medidos por el cuerpo y transmitidos al cerebro— es más recordado por haber decapitado a un perro, esperar diez minutos, para luego colocar tubos de goma en los troncos arteriales de la cabeza e inyectar la sangre que contenía oxígeno por medio de una jeringa. En menos de cinco minutos, Heymans consiguió reanudar los movimientos voluntarios de ojos y hocico. Tras el cese de transfusión de sangre oxigenada, los movimientos en el perro se detuvieron.

Robert J. White fue un cirujano conocido por sus trasplantes de cabeza en monos vivos. En 1970, tras una serie de experimentos preliminares, logró trasplantar la cabeza de un mono al cuerpo de otro mono. Dado que la cirugía implicaba cortar la columna vertebral, los monos quedaron paralizados del cuello hacia abajo; pero como los nervios craneales dentro del cerebro estaban intactos y alimentados por el sistema circulatorio del nuevo cuerpo, el mono podía oír, oler, saborear, comer y seguir el trayecto de los objetos con la mirada.

V. Conclusiones

Quisiera ser más explícita en mis conclusiones, pero, como mencioné, tengo problemas de tiempo, más no de espacio, y mucho menos falta de casos. El problema es que cada vez me apresuran más. Escucho todo el barullo que hay en los pasillos, y algo me dice que tiene que ver con mis investigaciones, las cuales no han sido bien recibidas por mis colegas del Hospital Español. No tardan en venir a decirme, «usted no es médico, usted no es ninguna neuróloga y psiquiatra, usted es profesora de Letras en la Universidad Veracruzana, usted es Magali Velasco, doctora, sí, pero en Literaturas Romances por la Sorbona de París». Harta estoy de sus impertinencias y tono condescendiente. Con todo, no puedo dejar tan inacabada mi conclusión, así que, abreviando.

Hay un líder que mueve al cuerpo, un líder fuerte, autoritario, sí, pero no puede dirigir todo un sistema complejo sin serlo. Líder que desde lo más alto derrama hacia abajo, a los más necesitados, los dedos de los pies, sus más grandes bondades. Un jefe de Estado, más bien, un monarca, que ha compartido ideas, pensamientos, decisiones, intelecto, inteligencia, a sus súbditos; nadie se mueve sin que él lo ordene. Nada se escucha, degusta ni se siente sin su anuencia. Nada se dice si la lengua no es comandada. Nada se escribe si las manos no reciben el dictado. Es debido a esto que ha empezado una insurrección de distintas partes del cuerpo. Hasta hoy se sabe de las manos, ¿para cuándo las piernas, las orejas, la nariz? ¿¡La lengua!? Esa traidora insurrecta que desoye las palabras dictadas por el cerebro, para ponernos en ridículo frente a los demás, frente a los médicos.

Dice el doctor Jorge Tlahuel que mi delirio, así le llama el pobre ingenuo, es por la cantidad de literatura de horror que he consumido a lo largo de los años, y que ya confundo la literatura con la realidad. Yo le aseguro que no, porque el hecho de saber que se trata de algo que estoy leyendo, de saber que se trata de una ficción o una fantasía, me protege de cualquier quiebre. Sin embargo, él insiste en que no, que la psique sí puede fracturarse o enfermar por este tipo de lecturas. Para el doctor Tlahuel tengo una última cita que sin duda me dará la razón.

Casi todos los ejemplos que contradicen nuestras (mis) expectativas están tomados del terreno de la ficción, de la poesía. Obtenemos (obtengo) así una señal para diferenciar entre lo Unheimlichen que se vivencia y lo Unheimlichen que únicamente se imagina, o sobre lo cual se lee.[22]

Bueno, debo despedirme. Ya suenan las sirenas en las calles. Ya se escucha que intentan forzar las puertas para derribar nuestras barricadas. Por fortuna, Ash y yo hemos levantado a otros pacientes encerrados injustamente aquí, porque sus cuerpos decidieron desobedecer a la cabeza. Porque sus lenguas se encargaron de hacer quedar al cerebro como un loco delirante. Pacientes que aceptan, como lo hacemos nosotros, que las piernas son vasallos, las manos, obreros y la lengua, una simple vocera que está para producir el discurso que el cerebro crea necesario. Así que listos todos, y armados con las herramientas que logramos improvisar, procederemos a la extirpación de este pueblo perezoso llamado cuerpo. A ver qué pueden hacer sin cabeza. ¡Muerte al cuerpo! ¡Larga vida a la cabeza! ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!


Referencias

[1] «La masa es el espesor, una consistencia local densa. Pero ella no se concentra, “adentro”, en “sí”, su “sí” es el “afuera” de donde se sigue que su dentro se expone.» Nancy, Jean-Luc, Corpus, Arena libros, 2003, p.66.

[2] «Cuando se dice “cuerpo”, la mayor parte de las veces, por oposición a “alma” o a “espíritu»”, se piensa justamente en algo encerrado, pleno, consigo y en sí. Si un cuerpo encerrado existe, si se le puede encontrar una especie de equivalente en la imagen de un cuerpo orgánico, físico, de la piedra por ejemplo (pero eso mismo solo puede ser una imagen —no es seguro que una piedra no sea un cuerpo como nosotros somos un cuerpo), si suponemos que hay tal cosa, completamente cerrada en sí, consigo, yo diría que eso no es un cuerpo, que es una masa, por muy espiritual que sea esta masa— ella puede ser puramente espiritual (es cierta imagen de Dios, por ejemplo). Una masa es lo que está amasado, recogido sobre sí, penetrado de sí y penetrado en sí de tal manera que, precisamente, es impenetrable. No hay pues nada que articule una masa en relación consigo misma.» Nancy, Jean-Luc, Corpus, Arena libros, 2003, p. 86.

[3] “Debemos conformarnos con destacar los motivos salientes entre aquellos que suscitan el efecto unheimlich, para investigar si también ellos admiten derivar de fuentes infantiles. Ellos son: […] la identificación con otra persona de moda que confunda el propio yo, o el yo ajeno reemplaza al propio —o sea, duplicación, división, permutación del yo— y, por fin, el retorno permanente de lo igual […].” Freud, Sigmund, Das Hnheimlich, Mármol-Izquierdo, 2014, p. 97.

[4] Topor, Roland, El quimérico inquilino, edit, año, p. 00.

[5] Descartes, René, Meditaciones, editorial, año, p. 00.

[6] Nietzsche, Friedrich, Así habló Zaratustra, Biblioteca Grandes Pensadores, 2002, p. 24.

[7] «No hay “el” cuerpo, no hay “el” tacto, no hay “la” res extensa. Hay lo que hay: creación del mundo, téchne de los cuerpos, pesaje sin límites del sentido, corpus topográfico, geografía de las ectopías multiplicadas y no utopía.» Nancy, Jean-Luc, Corpus, Arena libros, 2003, p. 82.

[8] Nos gustaría aclarar que el presente estudio será ampliado posteriormente, dado que consideramos que el yo enunciante cambia a lo largo del trayecto de la vida. Me explico. No es el mismo yo enunciante el de una adolescente gótica, que el yo enunciante de la misma adolescente treinta años después con un posgrado en neuropsiquiatría.

[9] Borges, Jorge Luis, Nueve ensayos dantescos, Emecé, 1999, p. 23.

[10] Ídem, p. 24.

[11] Freud, Sigmund, Das Unheimlich, Mármol-Izquierdo, 2014, p. 123.

[12] Barker, Clive, Libros de Sangre II, “El cuerpo político”, Valdemar Gótica, 2020, p. 27.

[13] Schopenhauer, Arthur, El mundo como voluntad y representación, Grandes Pensadores, 2003, p. 120.

[14] Ídem, p. 121.

[15] Ídem, p. 120.

[16] Barker, Clive, Libros de Sangre II, “El cuerpo político”, Valdemar Gótica, 2020, p. 64.

[17] Freud, Sigmund, Das Unheimlich, Mármol-Izquierdo, 2014, p. 115.

[18] De Maupassant, Guy, El cuento fantástico francés, “La mano”, Need, 1997, p. 216.

[19] Ídem, p. 217.

[20] Gómez Arévalo, & Sastre Cifuentes, “En torno al concepto de cuerpo desde algunos pensadores occidentales”, Hallazgos, revista de investigaciones Núm. 9, año 2008, Pág. 119-131, consultado en https://www.redalyc.org/pdf/4138/413835170007.pdf el 24 de diciembre de 2023.

[21] Hermanas Wachosky. (1999). The Matrix. Silver Pictures.

[22] Freud, Sigmund, Das Unheimlich, Mármol-Izquierdo, 2014, p. 145. Los comentarios entre paréntesis son míos.



Norma Lazo

Escritora. Maestra en Saberes sobre subjetividad y violencia. Ha publicado novelas, cuento y ensayo. En 2007 recibió el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares de novela. En 2011 y 2017 fue distinguida con el Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz en el rubro de ensayo por La luz detrás de la puerta y Las 7 virtudes contemporáneas. Es miembro del SNCA.