Intento apropiarme de cualquier lengua extranjera que se me aparezca, porque la lengua que contienen mis conocimientos ya no me es suficiente para apalabrar todo lo que me quema por dentro.

Las palabras salen de mi boca con la violencia del vómito que el estómago arroja a la mañana siguiente de una noche llena de alcohol y desenfreno.

A veces, me refugio entre lágrimas en aquel espacio que se abre entre el clóset y el buró que se ubica al costado izquierdo de mi cama.

Me resguardo en ese vacío porque intento sentir los límites de mi cuerpo.

La violencia que encierra mis adentros es de una potencia digna de la más monstruosa magnificencia.

Tengo violencia.

Soy violencia.

Las letras y palabras se amontonan y enredan de tal manera que a veces, cuando cierro los ojos, ya no puedo dar cuenta si estoy creando o alucinando.

Escapar al seno del profundo sueño ha perdido cualquier atisbo de refugio.

Los sueños cada vez son más vívidos y en cada momento me desgarran con el dolor de la evocación de aquello pasado y también de aquello que jamás existió.

Vivo con un hambre voraz de vida, porque la vida nunca ha estado en mí de forma genuina.

He tenido destellos de vivencia, ráfagas de efímera esperanza, pero a la fecha, nunca he podido saber lo que es la vida.

Intento llenarme de letras, porque el alcohol y la comida ya no son opción paliativa.

A veces, me cierro a los alimentos que me ofertan los días porque sé muy bien que el vacío que cargo, es imposible de llenarse con frutos y golosinas.

Hay noches en que someto a mis intestinos a cantidades de alcohol exorbitantes con la finalidad de poder lograr una escisión de lo real y la ensoñación.

Así, cuando ya no hay más esperanza, cuando ya no hay oportunidad de tregua es cuando uno muere.

Y cuando se muere a la vida, se nace a las letras.

Porque cuando se ha perdido todo rastro de lucidez,  cuando la locura amenaza con el filo que desdobla cerca de la ventana, sólo ahí se llega a los límites en el que sólo se puede intentar ser salvado por la palabra.

Pero la palabra duele, la palabra desgarra, la palabra también mata.

Porque las palabras desgarran la garganta en su intento de poder salir del cuerpo que les aprisiona.

La palabra asedia a la mente y el alma cuando el corazón no logra encontrar la forma de poder escriturarlas. 

La palabra mata porque necesita jalar lo poco de vida que hay en la reserva para poder tomar la forma que más le convenga.

La palabra es el inicio del todo, es la violencia fundante que permite comenzar a dibujar una línea de posibilidad.

Pero para vivir, necesita que se entregue en sublime sacrificio otra vida.

Por eso antes se tiene que morir.

El limbo.

Sólo cuando se está en el limbo, sólo ahí es cuando puede existir la posibilidad de un nacimiento genuino.

Porque en la nada es donde se funda la posibilidad de apropiamiento y vacío.

Solo en el no ser, no estar, no tener, solo ahí es donde puede entrar la posibilidad de estar, de tener, de ser.

  • Alejandra Medina

Derrida, en su texto “Mal de archivo”[i] se pregunta: “¿No es preciso comenzar por distinguir el archivo de aquello a lo que se lo ha reducido con demasiada frecuencia, en especial la experiencia de la memoria y el retorno al origen, mas también lo arcaico y lo arqueológico, el recuerdo o la excavación, en resumidas cuentas la búsqueda del tiempo perdido?”.

El archivo, ha sido pensado como una marca certera que nos permite evocar los registros de un pasado ya acontecido, y esto, puede tener su génesis en la etimología griega de la palabra archivo, de acuerdo a lo que plantea Derrida en el mismo texto: “Arkhé, recordemos, nombra a la vez el comienzo y el mandato. Este nombre coordina aparentemente dos principios en uno: el principio según la naturaleza o la historia, allí donde las cosas comienzan -principio físico, histórico u ontológico-, mas también el principio según la ley, allí donde los hombres y los dioses mandan, allí donde se ejerce la autoridad, el orden social, en ese lugar desde el cual el orden es dado -principio nomológico”.[ii]

Sin embargo, hablar del Arkhé como el comienzo y el mandato desde el origen griego, me hace preguntarme por el comienzo en el léxico japonés, pues es en este donde han nacido los textos que deseo trabajar a lo largo de los siguientes seminarios.

En la escritura japonesa, podemos encontrar que el comienzo, el origen, viene del kanji  本  (Moto/hon), el cual, tiene su trazo en el intento de evocar las raíces de un árbol, así, en este kanji se enuncia el origen, se evoca a una raíz y a su vez, se apalabra la escritura, pues también este kanji es el que se utiliza para escribir la palabra libro.

Así, pensar esta raíz nos permite cambiar un poco el posicionamiento del comienzo deslindándolo del mandato para vincularlo con las raíces de la naturaleza y la escritura, pues la escritura y el origen de esta, no siempre tiene que ver con un archivar, con un cerrar para dejar, sino más bien con la contingencia de fundar una nueva posibilidad.

Michel De Certeau en “La escritura de la historia”[iii] comparte: “Es preciso que el cuerpo muera para que nazca la escritura” [iv] y así, me permito pensar que muchas veces el cuerpo justo donde muere, es en la escritura, para que esta misma escritura pueda nacer, para que se pueda nacer en y a partir de la escritura.

Pero no solo la escritura literal de lo que implica la rasgadura sobre una superficie, sino que morir en la rasgadura de la escritura, es lo que permite la posibilidad de un nacimiento en la vida.

Banana Yoshimoto.

                                                   Yoko Ogawa.

                                                                                                  Amélie Nothomb.

¿Qué tienen en común estos tres nombres?

Los tres, pertenecen al campo semántico de la literatura femenina contemporánea, los tres, comparten de nacimiento el territorio nipón y su cultura, los dos primeros, comparten el reconocimiento del premio Izumi Kyōka, el segundo, está en la lista de autores predilectos del tercer nombre, los tres nombres, comparten el rasgo y la rasgadura de la escritura, una escritura que en todo momento, está centrada e intervenida por el cuerpo y la pérdida.

No sólo porque estas escrituras han nacido de un cuerpo y sus diversos elementos, no sólo porque se habla de la pérdida en cuanto a una muerte, sino porque en cada una de las páginas creadas por estas autoras, se puede leer la importancia que ponen en el cuerpo no sólo para contar historias ficcionales, sino porque en cada aparente ficción, está velado un poco, o mucho, de lo real que les (nos) atraviesa la vida, en la vida, en la huida y en la ausencia.

Mahoko Yoshimoto, mejor conocida como Banana Yoshimoto, es una escritora nacida en Tokyo el año de 1964[v] y ha sido ampliamente reconocida y galardonada en el territorio nipón. A la edad de 23 años, publicó su trabajo debut “Kitchen” en la edición de noviembre de 1987 de la revista literaria “Kaien” e inmediatamente atrajo la atención de lectores y críticos, ganando el premio anual para nuevos escritores de aquella revista.[vi]

Banana Yoshimoto publicó en 1989 un cuento llamado “Sueño profundo”[vii] en el que se encarga de contarnos la historia de Terako, una joven que vive escapando al mundo de los sueños a raíz del suicidio de su mejor amiga Shiori, quien había comenzado a trabajar en algo llamado “sueño compartido”, actividad en la que cada noche, se encargaba de velar el sueño de la persona que demandara su presencia.

Amélie Nothomb es una escritora también contemporánea de las autoras mencionadas con antelación y, al menos a mi parecer, un rasgo particular que se puede encontrar para con su escritura es que en todo escrito que se elabora sobre ella, se le enuncia como una escritora belga.

Si, en teoría es belga porque de acuerdo a las biografías que se han difundido, le sabemos hija de un matrimonio belga que se encontraba en constantes mudanzas por la actividad que el padre de Nothomb ejercía como embajador de aquel país. Así, es como Nothomb llegó a nacer en territorio nipón, vivió ahí sus primeros cinco años de vida y adoptó el japonés como su lengua materna.

La escritura de esta autora suele tener bastantes tintes autobiográficos, es ahí donde podemos dar cuenta de la gran ruptura que le representó partir de aquel país que le vio nacer, pues no sólo lo enuncia en la obra “Metafísica de los tubos”[viii], sino que lo menciona en la obra que escribe a su regreso al país del sol naciente “Ni de Eva ni de Adán”[ix], donde también evoca cómo termina por “apropiarse” de la nacionalidad belga no solo porque en Japón no basta con haber nacido en el territorio para que a uno le den automáticamente la nacionalidad, sino que lo hace porque a lo largo de sus años, se ha dado cuenta que casi nadie ubica aquel país y le abraza como el signo perfecto de la sensación de desarraigo que la ha escoltado durante toda su vida.

Nothomb, en 2002 publicó la novela “Diccionario de nombres propios”[x], texto donde nos narra la historia de Plectrude, una niña que desde antes de su nacimiento, se ve rodeada por una violencia que a lo largo de su vida, será rasgo determinante no solo desde la línea de lo arrebatador, sino también desde lo estético.

Sin embargo, la historia incrusta una espina particular cuando la misma Nothomb se da muerte en sus páginas.

“Para un escritor no existe mayor tentación que la de escribir la biografía de su asesino”[xi] declaró Nothomb en la publicación de su novela original en francés.

“¿Qué es la literatura? Y en primer lugar, ¿qué es «escribir»? ¿Cómo el escribir llega a trastornar hasta la cuestión «qué es…»? E incluso la cuestión «qué quiere decir eso». Dicho de otra manera -y he aquí el decir de otra manera que me importaba- ¿cuándo y cómo la inscripción se convierte en literatura y qué pasa entonces? ¿A qué y a quién corresponde esto?”[xii] Se pregunta Derrida en El tiempo de una tesis.

Me quedo con la pregunta ¿Qué es escribir?

En el año 2009, fue publicado Contra la eternidad[xiii], un libro en el que se conjugan diversas conferencias y coloquios que Allouch se encargó de dictar entre los años 2003 y 2008 sirviéndose principalmente de tres personajes: Ogawa, Mallarmé y Lacan.

En el prólogo de la edición, Allouch enuncia “El hombre de letras (para usar en este caso una denominación en desuso y ya políticamente incorrecta) se revela de modo singularmente expuesto. Su mismo éxito, e incluso su acceso al rango de ´clásico´, al ofrecerle algo que se asemeja a una eternidad, ¿Acaso no lo priva de su segunda muerte?, ¿Qué relación establece con la muerte al escribir, publicar, ser reconocido por un amplio público?”.[xiv]

Allouch parece volcar sus esfuerzos en esta edición hacia lo que dicta sobre el derecho a la segunda muerte, sobre lo que expone: “En efecto, la muerte física de un cuerpo no señala el final del difunto, tan solo su desaparición; en cambio, dicho final lo efectúa su ´segunda muerte´, cuando ya no subsistirá nada suyo que le sea atribuible o atribuido”.[xv]

Así, se puede presumir que los argumentos del autor van en función de poner sobre la mira el facto de la segunda muerte y como esta se ve atravesada y/o impedida en aquellos que se dedican a la escritura y dejan un legado o por otra parte, son ignorados a pesar de aquella búsqueda de trascendencia.

Allouch, le dedica a la autora el primer capítulo de su obra: “Muerte y escritura en Yoko Ogawa”[xvi] escritora contemporánea a las anteriormente mencionadas que conforma esta triada para el análisis.

En este capítulo, Allouch se centra sobre la problemática que supone la pérdida del ritual funerario y los más simples signos de duelo.

Sobre esto, el autor se encarga de ir deshilando el carrete que compone la obra “El anular” de Ogawa,[xvii] argumento que gira en torno a un “laboratorio de especímenes” al cual, recurren todos aquellos que desean conservar algún elemento que ha sido participe o representa algún momento de importancia durante su vida, ahí, estos son “naturalizados” para su conservación.

Bien dice aquel encargado del laboratorio que la mayoría de las personas jamás vuelven para observar aquello que han resguardado, a pesar de que tienen las puertas abiertas para ello.

Tal historia es narrada por una mujer que llega a trabajar al laboratorio como secretaria después de haber dejado su anterior trabajo en una fábrica de gaseosas, el cual, abandonó debido a un accidente con las maquinarias que le llevaron a la pérdida de una parte del dedo anular.

Así, Allouch va argumentando cómo ese laboratorio de especímenes es comparable al espacio analítico y aquellos objetos van en función del proceso de duelo. Con ello, nos lleva a pensar si todo aquello no es, en resumen, un proceso de duelo para la autora de la obra.

“En Yoko Ogawa, y en este aspecto (la pregunta ¿cómo hacer una obra sin ser capturado por ello en la maldición de la eternidad?) quizá más iluminadora que en otros casos, el éxito literario no señala el logro sino el fracaso de un duelo. Tal parece, de libro en libro, su propio modo de soportar la pregunta”.[xviii]

Así, Allouch parece establecer una problemática del archivo que asemeja la postura de la primera pregunta de Derrida: pensar la escritura como esa rasgadura que se ve constantemente evocada por el presente, lo cual, se vuelve un mal de archivo por aquello que se intenta evocar, recuperar o más bien, no perder o no olvidar.

De ahí también el problema que plantea Allouch sobre la segunda muerte, sin embargo, la escritura de Ogawa me hace preguntarme en contra parte, si no vale más la pena preguntarse por la vida, pues al final, estamos hablando de una escritora cuyo corazón sigue bombeando sangre a cada resquicio de su cuerpo, así, es que me permito elaborar los cuestionamientos siguientes: ¿Qué relación se establece con la vida al escribir?, ¿No es más bien la posibilidad de poderse jugar el cuerpo en la escritura, lo que instaura la posibilidad de seguir viviendo en el presente?, ¿no es la escritura una rasgadura que apela por la vida más que como memoria para preservar la vida y evitar la segunda muerte?.

Silvia Ons en su libro “Amor, locura y violencia en el Siglo XXI”[xix], dedica unos párrafos a un apartado denominado Cortes en el cuerpo, sobre esto, escribe: “[…] los cortes son buscados, los sujetos se reconocen como sus agentes y a veces no son objeto de padecimiento, sino que evitan padecimientos. Por lo general, la automutilación es el sucedáneo de una decepción amorosa que da lugar a un quantum de angustia que no cesa y la imposibilidad de deprenderse de ella lleva a trasladar esta operación al cuerpo. Las heridas confirman que hay un cuerpo, el dolor prueba su existencia, las marcas sellan que no se ha perdido”. [xx]

¿Por qué no pensar la rasgadura de la escritura como un corte que lleva a trasladar la operación que da lugar a la disminución de la angustia, pero más que la angustia, el síntoma en general que puede aparecer en el vivir, que puede implicar él vivir?

Para pensar esto, me permito evocar a De Certeau: “La práctica escriturística es en sí misma memoria. Pero todo lo ‘contenido’ que pretendiera significarle un lugar o una verdad no es sino una producción o un síntoma”.[xxi]

Retomando a Ons: “Si para Freud los síntomas evitan el desarrollo de angustia, se tratará de pensar en estos casos de qué tipo de angustia se trata y de la manera en la que los cortes funcionan como suplencias sintomáticas. Si tales incisiones tienen el valor de ser un comprobante de que hay un cuerpo, es que este parece perderse en las situaciones que le desencadenan. Y así, como en las psicosis clásicas, la forclusión del Nombre del Padre desata la deriva significante con todos los trastornos a nivel del lenguaje; aquí es el cuerpo el que se escapa, extraviado en el abismo de la decepción amorosa engullido en el sin límite de su pozo”.[xxii]

Así, a veces, hacer un corte en el cuerpo por medio de la escritura también es ese acto que nos permite dar cuenta que no hemos perdido todo.

Escribir, es una rasgadura sobre una superficie, es una marca, es dejar huella sobre el cuerpo, escribir, es recordarnos que estamos vivos.

Volviendo a Allouch sobre la escritura, él enuncia: “el éxito literario no señala el logro sino el fracaso de un duelo”[xxiii] lo cual, me aventuro a establecer como un posible falso ya que, si cambiamos la pregunta por la relación que se establece con la vida al escribir, considero que se ha logrado el duelo, pues al poder escriturar aquello que amenazaba la vida, al poder hacer un vaciamiento en la tinta y el papel, al poder hacer ese corte, esa rasgadura, ahí es donde se ha tenido la victoria sobre el duelo que ponía en desequilibro la vida con los desgarros y dolencias que inquietaban su permanencia.

“Yoko Ogawa nos permite contestar: en adelante, es inmortal quien quiera que ha aportado su espécimen al laboratorio literario para que sea naturalizado y se le niega dicha naturalización por la misma alabanza de la que ese espécimen es objeto. Es inmortal aquel a quien se le ha negado que realice el mismo duelo que lo llevó a escribir, a fabricar su espécimen para naturalizarlo”.[xxiv]

Sí, es inmortal quien haya naturalizado su espécimen literario, pero a diferencia del autor, me permito pensar que esto no se da por el problema que evoca la imposibilidad de una segunda muerte, sino porque el duelo elaborado con aquel espécimen, es lo que ha permitido mantener la vida en el momento que esta se veía vulnerada.

No se le ha negado el duelo al escribiente, no es la imposibilidad de duelo lo que le trae la inmortalidad, la inmortalidad deviene de aquel grito que apela por la vida en cada letra que se logra plasmar en el momento que surgía y continúa surgiendo la necesidad de escriturar.

La rasgadura que nace al trazar una marca sobre una superficie para la escritura, es como aquel corte en el cuerpo sobre el que nos habla Ons: no es una rasgadura que es padecimiento, sino una rasgadura que evita el padecimiento.[xxv]

Aquello que se abre, es lo que permite exhalar aquello que ahoga para que se pueda seguir viviendo.

Y lo mismo sucede con los escritos de Banana Yoshimoto y Amélie Nothomb, pues como dictó De Certeau, “Es preciso que el cuerpo muera para que nazca la escritura”, pero el cuerpo puede morir en esa misma escritura para poder nacer ahí mismo, a fin de seguir viviendo.

Borges en su conferencia “El tiempo”, contenida en la recopilación de textos “Borges oral: conferencias” plantea respecto a su pregunta por la eternidad que “La eternidad no es la suma de todos nuestros ayeres. La eternidad es todos nuestros ayeres, todos los ayeres de todos los seres conscientes. Todo el pasado, ese pasado que no se sabe cuándo empezó. Y luego, todo el presente. Este momento presente que abarca todas las ciudades, todos los mundos, el espacio entre los planetas. Y luego, el porvenir. El porvenir, que no ha sido creado aún, pero que también existe”.[xxvi]

Pensándolo con Borges, se podría pensar que la eternidad es todo aquello que ha sido y aquello que está por venir.

El archivo, entonces, podría ser sí, el origen como plantea Derrida en la definición que evoca con el arkhé, pero pensando en 本, el archivo es también el libro y la escritura, es aquello que va más allá de la memoria, de un pasado, de un registro, de un acto fallido de una segunda muerte, de un intento punzante contra la eternidad, no, sino que esa escritura, es la apuesta por aquello que está por venir, es la posibilidad que apela por la vida, por borrar y rasgar para seguir viviendo.

“Nosotros estamos hechos, en buena parte, de nuestra memoria. Esta memoria está hecha, en buena parte, de olvido”[xxvii] dice Borges en el mismo texto. Vivir sucesivamente es posible gracias a los olvidos que permiten abrir espacio en la memoria para resguardar todo aquello que ofrece el porvenir. En la escritura, más que la posibilidad del archivo como memoria, se posiciona la posibilidad de olvido que funda la contingencia y los espacios de posibilidad para lo venidero en el porvenir y también en lo inmediato.

“Tenemos días y noches, tenemos horas, tenemos minutos, tenemos la memoria, tenemos las sensaciones actuales, y luego tenemos el porvenir, un porvenir cuya forma ignoramos aún pero que presentimos o tememos.

Todo eso nos es dado sucesivamente porque no podemos aguantar esa intolerable carga, esa intolerable descarga de todo el ser del universo. El tiempo vendría a ser un don de la eternidad. La eternidad nos permite vivir sucesivamente”.[xxviii]

Si, la eternidad nos permite vivir sucesivamente, la eternidad del archivo, de la escritura del archivo nos permite vivir sucesivamente, pero no porque ese archivo quede como una huella que apela por la existencia más allá de la desaparición física de la primera muerte como enuncia Allouch, no como una huella que permite dejar un registro del pasado para ser evocado en lo venidero, sino porque esa rasgadura que se elabora en la escritura, es lo que funda la posibilidad que permite vivir sucesivamente. La muerte quizá literal, quizá metafórica que se da uno en la escritura, es lo que apela por la posibilidad de seguir viviendo en el presente y el porvenir.

Bibliografía:

Amélie Nothomb. Diccionario de nombres propios. Anagrama. España. 2004.

Amélie Nothomb. Metafísica de los tubos. Anagrama: México. 2013.

Amélie Nothomb. Ni de Eva ni de Adán. Anagrama: España. 2009.

Banana Yoshimoto. Sueño profundo. Tusquets Editores. México: 2015.

Biografía en Recuerdos de un callejón sin salida. Banana Yoshimoto. Tusquets: México. 2012.

Jacques Derrida. Mal de archivo. Una impresión freudiana. Editorial Trotta: Madrid. 1997. Edición digital de Derrida en castellano.

Jean Allouch. Contra la eternidad.Ogawa, Mallarmé, Lacan. El cuenco de plata: Buenos Aires. 2009.

Jorge Luis Borges. Borges oral: conferencias. Emece Editores: Buenos Aires. 1979. Consulta en línea en Borges todo el año.

Michel De Certeau. La escritura de la historia. Universidad Iberoamericana: México. 2010.

Silvia Ons. Amor, locura y violencia en el Siglo XXI. Paidós: Argentina. 2016.

Yoko Ogawa. El anular. Litoral N°34. Revista de L’école Lacanienne de Psychanalyse. Epeele: México. 2004.


[i] Jacques Derrida. Mal de archivo. Una impresión freudiana. Editorial Trotta: Madrid. 1997. Edición digital de Derrida en castellano.

[ii] Derrida. Ibíd. 1997.

[iii] Michel De Certeau. La escritura de la historia. Universidad Iberoamericana: México. 2010.

[iv] De Certeau. Ibíd. 2010. Pág. 309

[v] Biografía en Recuerdos de un callejón sin salida. Banana Yoshimoto. Tusquets: México. 2012

[vi] Artículo original en inglés John Wittier Treat Yoshimoto Banana Writes Home: Shojo Culture and the Nostalgic Subject en The Journal of Japanese Studies Vol. 19, No. 2 (Summer, 1993), pp. 353-387 (35 pages) Published by: The Society for Japanese Studies Pag. 56.

[vii] Banana Yoshimoto. Sueño profundo. Tusquets Editores. México: 2015. Pág. 72.

[viii] Amélie Nothomb. Metafísica de los tubos. Anagrama: México. 2013.

[ix] Amélie Nothomb. Ni de Eva ni de Adán. Anagrama: España. 2009.

[x] Amélie Nothomb. Diccionario de nombres propios. Anagrama. España. 2004.

[xi] Nothomb. Ibid. 2004.

[xii] Jacques Derrida. El tiempo de una tesis. Deconstrucción e implicaciones conceptuales, Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1997, pp. 11-22. Edición digital de Derrida en castellano.

[xiii] Jean Allouch. Contra la eternidad.Ogawa, Mallarmé, Lacan. El cuenco de plata: Buenos Aires. 2009.

[xiv] Allouch. Ibíd. 2009. Pág. 11.

[xv] Allouch. Ibíd. 2009. Pág. 10.

[xvi] Allouch. Ibíd. 2009. Pág. 17.

[xvii] Yoko Ogawa. El anular. Litoral N°34. Revista de L’école Lacanienne de Psychanalyse. Epeele: México. 2004.

[xviii] Allouch. Ibíd. 2009. Pág. 12.

[xix] Silvia Ons. Amor, locura y violencia en el Siglo XXI. Paidós: Argentina. 2016.

[xx] Ons. Ibíd. 2016. Pág. 97.

[xxi] De Certeau. Íbid. 2010

[xxii] Ons. Ibíd. 2016. Pág. 97.

[xxiii] Allouch. Ibíd. 2009. Pág. 29.

[xxiv] Allouch. Ibíd. 2009. Pág. 12.

[xxv] Ons. Ibíd. 2016. Pág. 97.

[xxvi] Jorge Luis Borges. Borges oral: conferencias. Emece Editores: Buenos Aires. 1979. Consulta en línea en Borges todo el año.

[xxvii] Borges.Íbid. 1979.

[xxviii] Borges.Íbid. 1979.

Alejandra Medina

Licenciada en psicología, actualmente cursa el doctorado en Saberes sobre Subjetividad y Violencia en Colegio de Saberes. Trabajo clínico y psicoeducativo con niños y adolescentes. Colaboradora del Centro Cultural La Isla de Minerva con temas de Feminismo en Occidente. Líneas de diálogo: Literatura, escritura, Feminismo y Japón.