Escucha: posibilidad imposible

Claudia López

En el presente artículo pretendo tejer la escritura de Nancy sobre la escucha con Derrida, Kant, Heidegger, Rosset y Deleuze, principalmente. Me interesa pensar, de acuerdo con estos autores, la escucha y con ello trabajar la resonancia y el eco, para lo cual utilizaré el mito de Narciso y Eco. Recurro al mito como forma de agenciamiento, como una forma otra de pensamiento y quizás como posibilidad de pensar en planos. Todo lo anterior en vías de seguir elaborando el (in) de la escucha y la pregunta planteada, en tono ontológico, de Nancy en el texto A la escucha: ¿qué es un ser entregado a la escucha, formado por ella o en ella, que escucha con todo su ser?[1] Y, ahondando en ello, formulo otra: ¿quién es el ser que se entrega a la escucha?

Infiero una aporía sobre la escucha ¿Es la escucha una posibilidad imposible? Una posibilidad en el sentido derridiano del acontecimiento, donde lo no calculable e impredecible y no traducible se desplaza de la imposibilidad. ¿Puede ser pensada la escucha con las características que concede Derrida al acontecimiento? Y desde Nancy ¿de qué secreto se trata cuando uno escucha verdaderamente, es decir, cuando se esfuerza por captar o sorprender la sonoridad y no tanto el mensaje? ¿Qué secreto se revela y por ende también qué se hace público cuando escuchamos por sí misma una voz, un instrumento o un ruido?[2] Y ¿Es la escucha misma intraducible, inesperada e incalculable, así como el acontecimiento, y es allí de dónde proviene ese secreto?

Retomando el artículo anterior, la escucha proviene de una tensión y una intención. Flujos que se intersectan en un espacio “entre”, que denominé[3] (in), como espacio intermedio e indeterminado, y a partir del cual me pregunté si existe un espacio (in)determinado en la escucha, entre la tensión y la intención (que ahora lo actualizo como un campo en donde se juegan constantemente fuerzas). Utilicé el (in) entre paréntesis como negativo o ausencia de la determinación, pero también en su literal traducción, en el hacia adentro o en el interior de la posible determinación, que enuncia esa primera aporía de la escucha. La (in)determinación que propongo estaría en relación con cierta inestabilidad de la determinación. La (in)determinación contemplaría la noción de causalidad como una constante inaprehensible y, por lo tanto, la relación causa-efecto quedaría inasible. Ese espacio (in)determinado sugiere la aporía en tanto la dificultad del paso o la paradoja en la determinación de la relación causa-efecto, y entonces ¿es la escucha una aporía?: aporía en el (in) entre la tensión e intención que genera la posibilidad imposible.

A partir del intervalo (in): ¿es posible relacionar, hacer una lectura de Nancy desde Kant? ¿Se podría pensar en una relación entre ambos autores? ¿Está pensando Nancy algo de la escucha desde la filosofía kantiana? ¿Se puede pensar el intervalo (in) de la escucha dentro del tiempo de la suspensión en lo sublime kantiano?

Kant trabaja en la distinción entre lo bello y lo sublime[4]. En lo bello intervienen la imaginación y el entendimiento, mientras que en lo sublime se ponen en juego la imaginación y la razón. En lo bello hay directamente un sentimiento de impulso a la vida que puede unirse con la imaginación; pero la sensación que se produce con lo sublime emerge indirectamente, produciéndose a través de una suspensión momentánea de las facultades intelectivas, que es seguida de un desbordamiento de las mismas; y así, como emoción o afección, se impone con toda seriedad a la ocupación de la imaginación. Ya que la naturaleza orilla a la imaginación a imaginar lo que no ve: la diferencia fundamental entre lo bello y lo sublime emerge como violencia.

Desde Kant ¿qué nos concede la posibilidad de suspender la facultad de juzgar? En Las meditaciones[5], la duda de Descartes aparece como la posibilidad de efectuar o producir pensamiento, pero la suspensión es una suerte de abismo: sostener una postura insostenible para devenir o abrir líneas de fuga en el pensar[6]. En este sentido, en la suspensión hay una negación de la acción, pero que desencadena ésta, o más específicamente, es la acción misma. Las facultades son suspendidas debido a que la manifestación estética, en su forma sensible, no encuentra un corresponsal de conocimiento predeterminado o determinado que la atraviese: la suspensión es (in)determinación. La idea estética, por medio de la representación, moviliza la afección y abre un (in)tervalo donde lo que suspende es quizá de otro orden, del orden de lo real. Estar en suspenso es estar en lo abierto pero con cierto sesgo, es mirar con cuerpos flotantes que velan la visión. “Lo real del que participan los humanos no es más que la apariencia visible de la realidad invisible, una presencia divina explica el presente terrestre, como la presencia del ser, según Heidegger, libera a la naturaleza presente de lo que está actualmente siendo”[7]. Pero mantenerse en esa penumbra, navegar allí, es poder naufragar en nuevas orillas. Lo que sostiene ahí, lo material del soporte, es un cuerpo en devenir o devenido equilibrio. ¿Será que el escenario analítico pueda pensarse como un espacio propicio para la suspensión, para dejar advenir?

Quedar en suspenso demora el aliento, la respiración o la siguiente exhalación. Es un instante para aprehender lo simple o real de las cosas del mundo, mismas que en ese momento, simplemente reposan allí. La suspensión no posee un tiempo determinado, emerge en la (in)determinación temporal. Estar en suspenso no es estar a la espera, no es diferir, no es un antes de que ocurra algo o un después de lo sucedido; es el acontecimiento mismo y, umbral al tiempo (ín)timo, al tiempo del ser. Entonces ¿qué hay en ese (in)tervalo de suspensión?, ¿qué es lo que queda de un sujeto cuando se suspenden las facultades en lo sublime?, ¿qué sucede con el cuerpo, en términos materiales, en ese momento de suspensión?; y, en relación con la escucha, ¿qué ocurre con la tensión e intención en ese (in)tervalo? es decir ¿qué se queda vibrando?

Eco. Eco y Narciso, o más precisamente, la Eco de Narciso, el eco de él.

Narciso, a edad temprana, es designado por Tiresias: llegará a viejo si no se conoce a sí mismo. Eco es castigada por Hera tras ser una ninfa que cautiva con la belleza de su voz y ser aquélla que Zeus elige para complacer y distraer a su esposa. Ésta, al sentirse traicionada, pide que Eco solamente repita las últimas palabras emitidas por otro: jamás podrá hablar frase completa, no pronunciará más que las últimas sílabas de aquello que escuche. Eco, desencantada del mundo, se exilia en el bosque donde ve a un hermoso sujeto del cual queda prendada. Narciso, al escuchar sus pasos entre la maleza, pregunta al aire desencadenando diálogo:

Narciso: ¿quién está aquí?

Eco: ¿está aquí?

Narciso: ¿Por qué me huyes?

Eco: ¿me huyes?

Narciso: Juntémonos.

Eco: juntémonos.

Narciso: No pensarás que yo te amo.

Eco: yo te amo.

Narciso: Permitan los dioses soberanos que antes la muerte me deshaga que tú goces de mí.

Eco: Goces de mí.

Narciso huye y Eco, menospreciada, se vuelve a la caverna donde delira de amor. Eco invoca a Némesis, diosa de la venganza o de la justicia, quien dirige a Narciso hacia una fuente de agua inmaculada. El joven, al inclinarse para beber el agua es atravesado por la flecha de Cupido. Narciso mira un reflejo en el espejo de agua y queda prendado de aquella hermosa imagen. Desea poseerse desesperadamente, hasta que una voz, quizá en su interior, lo llama insensato, queriendo hacerle ver que el objeto de su enamoramiento es un fantasma: re-presentación. Su pasión es una quimera y la voz busca que al retirarse de la fuente la imagen desaparezca[8]. No obstante, Narciso permanece allí, frente a una imagen especular, frente a la ambigüedad concedida por la vibración de Eco: la caída o devenir representación[9].

El cuerpo de la ninfa Eco nunca es encontrado, se convierte en roca: deviene caverna. Queda de ella el efecto sonoro como resonancia a las voces que la logran tocar. Los ecos resuenan.

La sonoridad permite diferentes manifestaciones, todas a partir de la reflexión que se produzca. La reflexión sucede cuando las ondas sonoras llegan a un obstáculo que se opone a su línea de propagación y la refleja, modificando la dirección o el sentido. Esta reflexión depende de la distancia a la cual se encuentre el objeto que devuelve la energía. En este sentido, la luz y el sonido se comportan a partir de la misma ley: el ángulo de incidencia será igual al ángulo de reflexión. Dentro de este fenómeno se encuentran dos posibilidades: el eco y la resonancia.

El eco es la repetición del sonido que se produce cuando las ondas rebotan o se reflejan y cambian de sentido. Las superficies donde las ondas sonoras son reflejadas ocasionan diferentes efectos que dependen de sus características, las ondas inciden en ellas y rebotan de acuerdo al coeficiente de reflexión acústica de la superficie. La resonancia se produce cuando un cuerpo entra en vibración por simpatía con una onda sonora que incide sobre ese cuerpo y cuya frecuencia coincide con la frecuencia de oscilación del cuerpo receptor. Entonces, la resonancia es la coincidencia de las dos frecuencias que devienen afección: de la onda sonora y la propia vibración del objeto, he ahí la importancia de la caverna  y las voces.

El agua prístina del estanque proporciona a Narciso una superficie de reflexión, cuando se mira por primera vez queda suspendido, no logra encontrar correspondencia de aquello que observa, no hay conocimiento determinado que anteceda e interprete la visión[10], entra en el espacio de la (in)determinación, del (in).

Será qué lo que ve Narciso es del orden de lo real y, sin embargo, Rosset nos dice que “el objeto real es en efecto invisible, o más exactamente incognoscible e inaprensible, precisamente en la medida en que es singular, esto es, en la medida en que ninguna representación puede sugerir su conocimiento o apreciación por medio de la réplica. Lo real es lo que no tiene doble, o sea, una singularidad inapreciable e invisible por no tener espejo a su medida”.[11] Es el designio que marca a Narciso; si llegara a conocerse, a mirarse -pero mirarse en lo real- ¿moriría? ¿Hay un doble acontecimiento: la posible caída del sujeto y, también, el devenir representación? “Si el doble consigue, como lo hace en efecto de manera incomparable “representar” lo real, es justamente porque contradice toda posibilidad de representación y logra así, si puede decirse, la eficacia de presentar lo real en tanto que no representable”.[12]

¿Qué nos dice Tiresias con el designio impuesto a Narciso, a qué se refiere con ese “sí mismo”? “Lo mismo” y “lo otro”, ya lo dijo Rosset, vienen de dos dominios heterogéneos. “Lo mismo” es del campo de lo real y “lo otro”, de lo irreal; pero “lo mismo” es en sí mismo lo otro de lo otro donde la ambigüedad del concepto de identidad no se confunde exactamente con la ambigüedad de lo real. La ambigüedad de “lo mismo” en tanto que real consiste en la imposibilidad en que se encuentra su singularidad de aparecer en cuanto tal, salvo a pasar por la imaginación de una duplicación que la deja adivinar a contrario: como un fantasma. El designio para Narciso se cumple, “la búsqueda de la propia identidad es una empresa vana en su principio porque es imposible identificar jamás lo que es real; lo real es precisamente lo que, por no tener doble, permanece refractario a toda empresa de identificación”[13].

Devenir flor, la flor del Narciso es el señuelo que nos queda de la duplicación, “tal es justamente el privilegio del doble, evocar lo serio de lo real por la manifestación de su propia vanidad, sugerir de él una relativa visibilidad a partir de la evidencia de su propia invisibilidad”[14].

Los ecos resuenan. ¿Es Eco la resonancia de Narciso? o ¿Es Eco la resonancia del reflejo de Narciso? Eco otorga una resonancia al eco de Narciso, desmantela la verdad que él construye a partir de su reflejo inmaculado en el agua. Eco sostiene la no verdad, vuelve rugosa la superficie de reflexión donde él se mira; Eco es el rebote y la reverberación de la mirada de Narciso en el espejo de agua, ella hace vibrar, jala y desplaza el discurso de verdad en donde él se encuentra. Eco deviene caverna, es un cuerpo formado por rugosas paredes, pliegues que emiten diferentes reflexiones y refracciones, discursos rugosos que generan vibración, resonancia en los cuerpos, algunos de ellos lisos como el agua, lisos de discurso. Eco y resonancia son una dualidad, opuestos y complementarios; tensión e intención como fuerzas que se juegan en el espacio de suspensión, en el intervalo de indeterminación, en el (in) de la escucha.

Retomando las preguntas de Nancy: ¿qué elementos de la experiencia y la verdad se ponen en juego en la escucha, qué resuena, cuál es el tono de la escucha o su timbre?[15] Cuestiones que me hacen volver a la aporía de la escucha, de la escucha como acontecimiento. Rosset menciona que “hay que reconocer dos fuentes , o dos niveles de realidad al acontecimiento una vez advenido: su verdad de derecho, que no ha logrado ser, y su verdad de hecho, que se ha impuesto usurpando los derechos de la primera[16]”. Entonces, qué verdad se juega Eco, qué elementos de verdad se cuelan en el eco y la resonancia, en el sonido. A lo cual Nancy también se pregunta por ese secreto a develar cuando escuchamos una voz, un instrumento, ruido o silencio, “¿será la escucha misma sonora?[17]

Nancy problematiza con el concepto de entendimiento en la escucha, menciona que en todo discurso, que en toda cadena significante hay un entender y en este una escucha, y así, el sentido va más lejos de sí mismo, resuena. Esta resonancia fundamental, como él la nombra, es el centro de toda palabra, es fondo, “profundidad primera o última del “sentido” mismo (o de la verdad)[18]”. Por lo tanto, “entender sería comprender el sentido y escuchar es estar tendido hacia un sentido posible y, en consecuencia, no inmediatamente accesible (…) Estar a la escucha es siempre estar a orillas del sentido o en un sentido de borde y extremidad, (…) sentido en que se presume que lo sensato se encuentra en la resonancia y nada más que en ella”[19]. Y Nancy se pregunta cuál es el espacio común al sentido y el sonido. Y, ¿no son esos espacios de suspensión de sentido que permiten la resonancia y el movimiento sonoro? Nancy menciona que “el sentido y el sonido comparten el espacio de una remisión, en el que al mismo tiempo remiten uno a otro, y que, de manera muy general, ese espacio puede definirse como el de un sí mismo o un sujeto”[20], es entonces que ¿el sujeto a la escucha, está hecho de remisiones, es la subjetividad un constructo de resonancias?:

Cuando estamos a la escucha, estamos al acecho de un sujeto, aquello (él) que se identifica al resonar de sí a sí, en sí y para sí, y por consiguiente fuera de sí, a la vez igual a sí y distinto de sí, uno como eco de otro y ese eco como el sonido mismo de su sentido. Ahora bien, el sonido del sentido es la manera como este se remite o se envía o se dirige, y por lo tanto como tiene sentido[21].

Pero el acecho del que Nancy habla no remite a una vigilancia de caza felina, y hace una marcada diferencia entre el acecho de la mirada y la escucha, siendo la primera cuando el sujeto se remite a sí mismo como objeto, como Narciso frente al agua. Y la segunda, la escucha, remite o se envía, dice, de alguna manera, en sí mismo, como lo hace el efecto de Eco. Y agrega, mencionando casi en términos lacanianos, que lo visual estaría del lado de una captura imaginaria, sin reducirla  a ella; y lo sonoro a una remisión simbólica, sin agotarse allí. Es decir, “lo visual sería tendencialmente mimético y lo sonoro tendencialmente metéxico”[22], de allí que podría pensarse la posibilidad de la afección y del devenir, flor o caverna, en términos mitológicos.[23]

El tiempo del acecho es un tiempo presente, del estar allí, fijo frente a la presa. Pero el estar presente, la presencia de la escucha contempla otro tiempo, es una presencia presente con amplia movilidad, con la posibilidad de penetrar con el sonido. Siguiendo a Nancy, el tiempo sonoro no es el de la simple sucesión, dice que es el presente como ola de una marea, tiempo que se abre, ahonda, ensancha o se pone en bucle, se estira o contrae. El tiempo sonoro es un espacio tiempo, su efecto se propaga abriendo un espacio que es el suyo, el espacio mismo de la resonancia y su reverberación.[24] Es un tiempo presente que contempla el devenir, el tiempo gerundio, el siendo.

Estar a la escucha es un estar presente, un estar abierto a la afección, a la penetración o ubicuidad de la fuerza sonora: estar a la escucha es estar en devenir. Estar a la escucha es estar en el (in)tervalo de suspensión, donde se ingresa a una espacialidad de múltiples aperturas, allí donde “un “sí mismo” puede tener lugar”.[25] Nancy se pregunta si cada sujeto es un diapasón afinado de diferente manera, afinado de acuerdo consigo mismo, pero sin frecuencia conocida[26]. De allí el autor comienza a hablar del ritmo, del tiempo del tiempo, dice que el ritmo desanuda las secuencias lineales o la duración, el ritmo es un pliegue del tiempo que despliega un “sí mismo”.

Si la temporalidad es la dimensión del sujeto (…) es porque define a este como aquello que se separa, no sólo del otro o del puro “ahí”, sino también de sí: en cuanto se espera y se retiene, en cuanto (se) desea y (se) olvida en la medida en que retiene, al repetirla, su propia unidad vacía y su unicidad proyectada o … arrojada. (…)  el lugar sonoro es un lugar que se convierte en un sujeto, toda vez que el sonido resuena en él.[27]

El ejemplo que Nancy utiliza es el grito primero del nacimiento: “expansión súbita de una cámara de eco, una nave donde resuenan a la vez lo que lo arranca y lo que lo llama, poniendo en vibración una columna de aire, de carne, que suena en sus embocaduras: cuerpo y alma de alguien nuevo, singular”[28]. Se trata entonces del ser como resonancia donde el silencio no es privación, sino potencia; en donde se escucha resonar la carne, el aliento, el empuje de la sangre. Eco, el cuerpo: caverna tonante. Los huecos permiten la resonancia, caja que retumba constantemente, donde lo no escuchado, es latencia de lo que está sucediendo como discontinuidad. El silencio o los (in)tervalos, son espacio-tiempo, potencia pura de enlace: ritmo.

En definitiva:

el sujeto de la escucha o el sujeto a la escucha (…) no es un sujeto fenomenológico (…) como tampoco un sujeto filosófico, y quizá no sea sujeto alguno; es el lugar de la resonancia, de su tensión y su rebote infinitos, la amplitud del despliegue sonoro y la magrura de su repliegue simultáneo, a través de lo cual se modula una voz en la que vibra, al retirarse de ella, la singularidad de un grito, un llamado o un canto.[29]

Consideraciones finales

En líneas iniciales me pregunté si el escenario analítico puede pensarse como un espacio-tiempo propicio para la suspensión, para dejar advenir. La suspensión, al igual que la escucha o siendo la escucha suspensión, no posee un tiempo determinado, emerge en la (in)determinación temporal, estar en suspenso, estar a la escucha, no es estar a la espera, no es diferir, no es un antes de que ocurra algo o un después de lo sucedido: es el acontecimiento mismo y, un umbral al tiempo (ín)timo, al tiempo del ser.

¿Cómo escuchar la repetición, eco, rebote o reverberación del sonido: resonancia? ¿Cómo escuchar la diferencia del efecto sonoro reflejado? ¿El analista tendría que estar abierto permanentemente a las resonancias, a las  desterritorializaciones que emerjan en el discurso: ritmos y tonos?

¿El (in) sería entonces juego activo y reactivo de fuerzas: maquinación de flujos deseantes?

Toda versión doblada terminará por resolverse allí (pensando en el escenario analítico), pues todos los desvíos conducen allí como por encanto. Lo que llamamos destino o fatalidad no ha designado nunca otra cosa que el simple carácter existente de lo real, que constituye su privilegio y en ocasiones su maldición: o sea, el monopolio del ser, que excluye de golpe cualquier rivalidad y deniega así cualquiera figura del doble de sus pretensiones a la existencia.[30]

 

Bibliografía

Clement Rosset. El objeto singular. Madrid: Sexto piso.

Gilbert Simondon. La individuación. Buenos Aires: Cactus.

Gilles Deleuze. Crítica y clínica. Barcelona: Anagrama.

Immanuel Kant. Crítica del juicio. México: Porrúa.

Jean Luc Nancy. A la escucha. Buenos Aires. Amorrortu.

Martin Heidegger. Seminarios de Zollikon. México: ed. Herder.

Martin Heidegger. Ser y tiempo. Madrid: Trota.

Ovidio. Metamorfosis. Madrid: Alianza.

Rene Descartes. Meditaciones metafísicas. Madrid: Alianza Editorial.

 

[1] Jean Luc Nancy. A la escucha. Buenos Aires: Amorrortu. Pág. 15.

[2] Ibídem. Nancy. Pág. 16.

[3]http://territoriodedialogos.com/magdalena-posibilidad-imposible-de-la-escucha-y-el-decir/

[4] Immanuel Kant. Crítica del juicio. México: Porrúa.

[5] Rene Descartes. Meditaciones metafísicas. Madrid: Alianza Editorial.

[6] ¿Qué significa pensar? Surge de la pregunta que se hace Heidegger.

[7] Clement Rosset. El objeto singular. Madrid: Sexto piso. 2007. pág 16. Y Rosset menciona a continuación: “Ver bien no es una condición suficiente para ver lo real, si no se está asegurado de ver algo; si lo que se ofrece a la mirada es dudoso y de por sí mismo, como un suero celeste cuya perpetua modificación prohibiría al más preciso de los telescopios fijar su imagen, todas las visiones que podemos tener de ello son necesariamente visiones turbias. Es precisamente eso lo que sugiere infatigablemente el tema del doble: nunca creer a los ojos, pues nada de lo que podrían ver participa de lo real por estar expuesto a una duplicación que es la marca de lo no-real, el indicio de su “poco de realidad” (…) Nada de lo que ellos ven es único, nada es tampoco real; de donde se sigue que todo lo que ven es espectáculo y puro espectáculo, sin garantía alguna por parte de lo real que debía allí producirse. Uno de los principales efectos del fantasma de duplicación consiste efectivamente en un trastorno que afecta a la visión; trastorno original e incurable, ya que todo “vidente” es en potencia un “doble vidente”, capaz en cada circunstancia de una duplicidad de la mirada que le desvía del espectáculo de lo que es, en provecho de la sugerencia de lo que no es, determinando así una suerte de anestesia general con respecto a lo real ambiente”. Y, a diferencia de la visión y con relación a la escucha,  ¿Qué hay de lo real?.

[8] Ovidio. Metamorfosis. Madrid: Alianza.

[9] Es el posible juego de la propiedad metonímica de la resonancia. La alusión subrraya, no tanto la cadena significante, sino el intervalo. Lacan, en La dirección de la cura y los principios de su poder, lo muestra con el dedo del San Juan de Leonardo, índice de lo indecible.

[10] Una identificación consiste en traer un término desconocido a un término conocido; operación imposible en el caso de lo real, que es lo único que es y, si puede decirse, lo único que está solo: “Un ser unilateral cuyo complemento en espejo no existe”. Ibídem. Rosset. Pág. 27.

[11] Ibídem. Rosset. Pág. 20.

[12] Ibídem. Rosset. Pág. 20.

[13] Ibídem. Rosset. Pág. 27.

[14] Ibídem. Rosset. Pág. 31.

[15] Ibídem. Rosset. Pág. 16.

[16] Ibídem. Rosset. Pág. 19.

[17] Ibídem. Nancy. Pág. 16.

[18] Ibídem. Nancy. Pág. 18.

[19] Ibídem. Nancy. Pág. 18-19 Nancy continua en el texto: ¿cuál puede ser el espacio común al sentido y el sonido? El sentido consiste en una remisión. Está constituido incluso por una totalidad de remisiones: de un signo a alguna cosa, de un estado de cosas a un valor, de un sujeto a otro o a sí mismo, y todo ello de manera simultánea. El sonido no está menos constituido por remisiones: se propaga en el espacio donde resuena, a la vez que resuena “en mí” (…). Resuena en el espacio exterior e interior; vale decir, vuelve a emitirse al mismo tiempo que, propiamente, “suena”, lo cual es ya “resonar”, si vibrar en sí mismo o por sí mismo: para el cuerpo sonoro, no es sólo emitir un sonido, sino extenderse, trasladarse y resolverse efectivamente en vibraciones que, a la vez, lo relacionan consigo y lo ponen fuera de sí. Pág. 21-22.

[20] Ibídem. Nancy. Pág. 24.

[21] Ibídem. Nancy. Pág. 25.

[22] Ibídem. Nancy. Pág. 27.

[23] Nancy prosigue: Estar a la escucha es, por tanto, ingresar a la tensión y el acecho de una relación consigo mismo: no, es preciso subrayarlo, una relación “conmigo” (sujeto supuestamente dado), ni tampoco con el “sí mismo” del otro (el hablador, el músico, él también supuestamente dado con su subjetividad), si-no la relación en sí, para decirlo de alguna manera, según forma un “sí mismo” o un “consigo” en general, y si algo semejante sucede acaso al final de su formación. Esto significa, por consiguiente, pasar por alto el registro de la presencia a sí, visto que el “sí mismo” no es precisamente nada disponible (sustancial y subsistente) en el que se pueda estar “presente”, sino justamente la resonancia de una remisión. Por esa razón, la escucha- la apertura tensa al orden de lo sonoro y luego a su amplificación y su composición musicales- puede y debe aparecérsenos no como una figura del acceso al sí mismo, sino como la realidad de ese acceso, una realidad, por lo tanto, indisociablemente “mía” y “otra”, “singular” y “plural”, así como “material” y “espiritual” y “significante” y “asignificante”. Pág. 30-31.

[24] Ibídem. Nancy. Pág. 32.

[25] Ibídem. Nancy. Pág. 33.

[26] Ibídem. Nancy. Pág. 38.

[27] Ibídem. Nancy. Pág. 39.

[28] Ibídem. Nancy. Pág. 40.

[29] Ibídem. Nancy. Pág. 42.

[30] Ibídem. Rosset. Pág. 33.

 

Claudia López

Claudia López Psicoanalista se desempeña como docente a nivel preparatoria, licenciatura y posgrado. Estudia el doctorado en el programa Subjetividad y violencia del Colegio de Saberes en el cual desarrolla el tema Escucha: posibilidad imposible. Ha sido beneficiaria del programa jóvenes creadores del FONCA en la categoría de ensayo creativo.